
La caserita, cuando había vendido todo lo que había bajado al pueblo, se volvía sola a su casa del bosque.
Un día, volviendo a su casa, divisó un lobo entre los árboles. Ella se quedó quieta, mirándole, hasta que el aire cambió de dirección y el lobo la olió. El le miró directamente a los ojos y ambos estuvieron así por unos instantes, hasta que la caserita reanudó su camino porque estaba anocheciendo.
Muchas veces más se encontraron en el camino de vuelta de la caserita y, ésta le dejaba trocitos de carne a los que más tarde él se acercaba para devorar. Con el tiempo el lobo se fue acercando más y más y ambos fueron perdiendo el miedo que se tenían mutuamente.
Sin saber como, llegaron a un punto en que se veían casi todos los días y deseaban que ese encuentro llegara. El lobo se preguntaba cómo podía ser que una caserita tan hermosa, por dentro y por fuera, viviera sola y le tuviera tantas veces a él por compañía. Aunque se lo podía imaginar, porque él estaba también en una situación muy parecida.
Sabían pocas cosas el uno del otro. Pero lo que sabían con toda seguridad es que querrían seguir viéndose día tras día.