Érase que se era una preciosa niña, triste y solitaria que hace tiempo jugó a ser Dios. Ahora ella juega con el Sol a tratar de ser feliz, a desperezar sentimientos casi olvidados, a compartir un trocito de su vida, a iluminar su corazón...
El Sol jamás podrá agradecerle suficientemente que le permita jugar con ella a ser felices, a provocar sentimientos que jamás había tenido, a sentirse tan, tan, tan bien.
Tal vez ambos miren por un cristal de color de rosa.
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